El carnaval de máscaras.
Por fin podríamos entrar al aula. Primero fue llegar, ¿qué siente uno cuando en un lugar en que te recibían cinco días a la semana la mitad de tu día, por nueve años, te niegan? Ignora las cámaras, ignora los malos profesores de siempre, criticones de un sistema de educación que legitiman, pues su misma queja “ésta es mi obligación y mi cruz” es su zona de confort, logicas católicas, la vida es un valle de lágrimas, pero en camioneta se la pasa uno un poco mejor, ignora la burocracia absoluta y obsoleta. Ya por fin vas a entrar a clase! A eso que es aprender para transformar, transformar para aprender. Y la sorpresa. Profe discapacitada. Debo admitir que el lugar que menos quería era los sextos, la fortuna no fue buena conmigo. Cuarenta y cinco muchachos y aún nos falta otro grupo...
la mirada de los profesores siempre quiere decir algo, desde ahí es desde donde la mayoría de los pésimos empiezan mal su labor, desde ahí se da uno cuenta que se torturan ellos mismos y a los muchachos , en la mirada se ven esas cosas, y que lo disfrutan, les gusta, te subestiman. Maestro es una de esas palabras con sentido profundo y que resuena con eco potente. Pero que cuando la escuchamos casi todos sentimos uno especie de apretón en el estómago. ¿Si no pueden con la labor humana de lo que significa educar cómo van a cambiar todo el sistema absurdo de la maquinaria educativa colombiana? Sin embargo podemos decir… claro! Pero tiene formación y a final de cuentas enseñan algo… pues claro, pero su finalidad es la del que al darse cuenta que su techo está por desplomarse prefiere esperar a que alguien más lo haga en vez de afrontarlo tan siquiera. Me tranquilizo un poco pensando que a final de cuentas son hijos de ese mismo sistema, me asusta ser hijo de ese mismo sistema, me indigna que sigan naciendo incluso cerca de mí, hijos y futuros representantes de ese sistema.
El amor siempre ha sido nuestra más peligrosa arma, lo aprendí de las palabras de Pablo Vergara y Camilo Torres.
Cursos de semántica y semiótica a favor de la pedagogía para entender que toda persona realiza una acción igual a los medios de des-información al favor de la dictadura de la ignorancia. Muchas veces los maestros hacen parte de ese control mediático que mantiene a mi pueblo en un analfabetismo “muchachos, les gusta leer? – nooooo” después de la clase casi improvisada, organizada en dos horas porque la maestra estaba indispuesta se me acercaban uno, dos cinco, diez… “profe y ando leyendo esto, me gusta escribir poesía, profe me gustaron los cuentos, profe, fusilan a la oveja negra porque es diferente*” una persona que al día trata con aproximadamente entre cien y doscientas personas es un mediáticamente peligroso. Creo en éste cuento porque la lectura transforma, porque genera amor, porque si no hubiera llegado con amor habría tenido una exitosa clase de los tipos de cuentos, pero no habría hecho absolutamente nada. Yo no creo el imaginario de “es que éste es nuestro país, es que así siempre ha sido, es que la solución viene de afuera, es que, es que, es que…” eso es lo que tiene a las personas medianamente alfabetizadas en el confort de la opinión por twitter y Facebook, en el escepticismo a los nuevos tiempos, al amanecer de nuestra cultura negada por los medios de comunicación, la política implantada y la educación light. Yo no creo en la posmodernidad del “es que los muchachos no quieren aprender” cada día me repito que hay dos tipos de personas, están esas que niegan la vida, la cultura, el mundo, que le dan la espalda, los posmos que se creyeron el cuento de que el mundo circunda en su ombligo, y los que se dan cuenta de que la vida es otra cosa, que luchan por que la vida es eso, es un eterno devenir y transformar. Que saben que algo anda mal, ¿cómo no saberlo? Y hasta defienden la muerte. Que simplemente no se atreven porque les parece imposible.
Es cierto. Aquellos maestros son actores históricos y culturales, si siguen pensando en su valle de lágrimas como algo absoluto no les importará mucho lo que les hacen, y lo que hacen; sindicatos, juntas, asambleas, redes nacionales e internacionales perdidas en imaginarios absurdos, en una desesperanza que llega a los niños y que hasta nos llega a nosotros en la academia. Me niego! El maestro debe ser un reproductor del amor que transforma. El verdadero Jesucristo pedagogo y no el del malinterpretado valle de lágrimas. No es mucho lo que hacemos, no hay que ser tampoco el tonto con síndrome del héroe. Pero no hay que quedarse tirado a un lado del camino! Faltará mucho. Pero empecemos ya! Cómo puede parecerle absurdo a un colombiano exigir salud, vivienda digna, políticas propias, Educación DIGNA! Y lo más triste, ¿cómo no la genera? Descolonicemos.
Difícil el leer un cuento tranquilos, escribir algo, hacer un dibujo. Si, gritan mucho. Claro! Son niños, lo triste es que digan eso que algunos malos padres reproducen porque se los dice la TV. Que ellos mismos crean el cuento de que son los peores, de que no hay posibilidad, de que qué importa si de todos modos todo está perdido. No. Ya llegamos. Acá estamos, no hay que detenerse.

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